lunes, 27 de noviembre de 2017

Veintitrés

No hay opción: escribir o vomitar. Diciembre, o acaso el fin, se acerca. Y lo puedo verificar con una lupa sobre mi piel; dos líneas curvilíneas atraviesan mis mejillas. Es el hastío durante el día y el miedo por las noches. Es mi merecida soledad. Es la frustración provocada por esa incapacidad de profundizar. Son las bestias que fundaron el universo. Es el falo que todo lo pulveriza. Son las jóvenes felinas que se rebelan en contra de los ladridos hegemónicos hasta que llega el perro indicado y se entregan al cántico celestial de la (norma)lidad. Me duele el eco de  esas voces que alguna vez se sumaron a la fiesta de los fluidos clandestinos sin nunca entregarse por completo. Me dañan sus maquinales corazones. Por eso voy directo al naufragio. Diciembre es siempre un recordatorio. La proeza de vivir, pienso. La locura de vivir, advierto. Y me voy a la cama, como siempre, con mis fantasmas. 


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