martes, 10 de octubre de 2017

El adolescente juego de lo indecible

Recuerdo las tardes de domingo en ese negocio pueblerino, cuyo nombre nunca me aprendí. El dueño era fanático de la música de los ochenta, de modo que siempre sonaba el mismo disco cuando entrábamos a comprar papas fritas. Todas, menos yo, adoraban a Morten Harket en ese lugar. Mi atención descansaba en la protagonista de Take on me. Yo quería bailar, al interior de dicho cómic, junto a ella. Sólo eso quería: bailar con ella y quizás ver un capítulo de Ciencia Traviesa tendidas en la cama. No habría sugerido nada más, porque mis primeras inquietudes lésbicas aparecieron recién en 2008. En ese entonces, yo me paseaba por los pasillos del colegio con Claudio, un chico de primero medio que tocaba la batería. Pero yo pensaba en esa compañera de curso que sólo se acercaba a hablarme cuando nos encontrábamos fortuitamente en alguna fiesta clandestina. Nuestras breves conversaciones, en aquellos momentos, siempre fueron insustanciales; "la música de este lugar me aburre mucho", me decía, y yo le respondía con algún chiste malogrado. 

Todos los hombres del colegio la codiciaban, como si de una mercancía se tratase. ¿Te la agarraste?, se preguntaban en los pasillos, sin disimulo alguno. Tan cosificada, tan violentada, tan entregada a la heterosexualidad. Es una mujer moderna, comentaba mi compañera de puesto, con un ápice de envidia. Su corto y dorado cabello le daba un sutil parecido a Bunty Bailey. 



Nuestros grupos a veces coincidían. A ella le gustaba tomar vino en caja y a mí fumar yerba en ese lugar que se convertiría más tarde en nuestro catedrático espacio de exploración. Nos veíamos todos los lunes detrás del colegio. Hablábamos acerca de nuestros dramas familiares, nos reíamos de la mamás que solían asistir a las reuniones de curso, imitábamos al profesor de educación física que nunca corría y nos recostábamos sobre el pastizal. ¿Acaso intentábamos recrear las escenas de Lost in translation? ¿Intentábamos, como ellos, resignificar las noches?, ¿o sólo nos embarcamos en la aventura de desmitificar la idea de que el lunes es el día más aburrido de la semana? De igual manera, yo acababa con los labios morados y ella con restos de cogollo en su bufanda. 

De pronto, la conversación no se pudo postergar más. ¿Ves lo que hay aquí?, me preguntó una tarde. No sé a qué te refieres, mentí. Y así, las consultas nos terminaron por alejar. 

¡Oye!, repite numerosas veces mi mamá. Acabo de saludar a esa niña que fue tu compañera en el colegio, me comenta. Por Dios, cómo tan despistada, agrega, pero yo, en lugar de escuchar, camino hacia la sección de ropa juvenil, y ahí la veo, de espaldas conversando con un sujeto de camisa holgada. Ella no tarda en voltear, y lo primero que veo es su panza; está embarazada. Y entonces, sin siquiera dar un paso, nos despedimos con una cómplice mirada, como si estuviésemos cerrando un callejón que ambas fundamos años atrás.

Luego de abandonar el centro comercial, me subo a la micro e intento dormir en el último asiento. Mi mamá en menos de un minuto inicia conversación con uno de los pasajeros. La luz se asemeja a la iluminación de las discotecas. La música de los ochenta contribuye a la escenificación. Un frenazo me despierta y sólo alcanzo a escuchar el extracto de esa canción que, de cierta manera, me interpela preguntando melódicamente: "is it life or just to play?". Esto lo debo escribir, murmuro, y me río.

lunes, 2 de octubre de 2017

Nouvelle vague

Qué aburrido, ¿no te parece?
en esta ciudad nada extraordinario sucede
es como vivir adentro de una pieza de Edvard Grieg

pero yo desconfío de la tranquilidad
de la quietud del relato
una tarde en la calle de la resistencia es suficiente
mis hermanas corren detrás de los sicarios
y yo atónita las observo
hasta que de pronto alguien me agarra del brazo
y me grita: ¡ahí vienen!

entonces me siento como en los sobresaltos
de la segunda y tercera parte de Bohemian Rhapsody
el quiebre de una canción
el quiebre de la mesura
el quiebre de la inocencia

el horror de una ciudad cubierta de centros comerciales
sangre escondida bajo el zaguán
aquí suceden muchas cosas
si te lo contara tal vez no me creerías

¿qué sueñan los edificios?
me pregunto mientras camino sobre las agrietadas aceras
¿acaso crece algo en este lugar?
¿dónde se almacena nuestra memoria?

Por eso no me acerqué a ella cuando reconocí su rostro
entre mochilas y cascos verdes
¿acaso crece algo en este lugar?
te pregunto de nuevo
si hasta la voz nos arrancaron.