jueves, 2 de septiembre de 2021

Historia de una invasión

Ella no era una pieza de Schubert. Era más que eso, desde luego. No se levantaría un sábado por la montaña a discurrir sobre nuestro encuentro del día anterior. No estaba ni un peldaño más arriba ni un peldaño más abajo, se encontraba justo al costado de esos debates que, a su parecer, eran muy poco prácticos. Y cómo no, si por cada noche de escritura pierdo una entrevista de trabajo. 

Yo quería ganar el dinero suficiente para huir y reclamar nuestro paraíso. Mis aspiraciones de pronto eran terrenales, según los varones, aires de grandeza manchados por costumbres de la calle. Poco o nada me interesaba lo que se dijese de mí. Me advertían sobre la peligrosidad del desenfreno, pero yo estaba segura de que nunca moriría por aquella razón. Las mujeres acaban en bolsas porque así deciden los hombres que debe ser. Matan por amar demasiado, dicen en los periódicos. Nuestro amor no es una sentencia, es más bien una invitación a la vida. Es una promesa de armonía y, sin embargo, no funciona. La vulgaridad del exterior nos recordaba cuán difícil sería continuar firmes en un apretón de manos.  

Resulta imposible vivir como dos poetas desenfadadas en esta región del mundo. Los entendíamos cada vez que pasábamos por la calle de los talleres mecánicos y nos apartábamos para no despertar sospechas. La última vez que nos acomodamos en el dormitorio hasta quedar cubiertas sólo con una sábana, la última vez en que sólo se trató de nosotras.