lunes, 4 de septiembre de 2017

Tacones, corbatas y un poco de Violeta Parra

Quedan sólo dos minutos, anuncia el portero del teatro. Las mujeres de exóticos abrigos saludan a los acompañantes de sus amigas; "qué guapa tu mujer, te felicito", se escucha con frecuencia al interior del lugar. Y en las esquinas, donde se encuentran ubicados los tachos de basura, las auxiliares caminan, a paso sigiloso, con una escoba en sus manos detrás de aquellas mujeres. A centímetros de la boletería, un par de sujetos discuten sobre economía mientras se agarran la corbata o se acomodan la verga con los dedos. 

Y, de pronto, la hora llega; los violines comienzan a sonar y surgen los primeros comentarios de la tarde. Ojalá que toquen La jardinera, murmura una muchacha. La carta también es buena, le comento, pero no obtengo respuesta. Entonces, en ese instante, observo mis zapatillas; están sucias y gastadas. Las de ella, en cambio, no se alcanzan a ver porque un largo vestido negro las cubre. Una vez que se cruza de piernas, rectifico que no son sino tacones. 

En el escenario se toca lo menos político de Violeta Parra. Por eso los aplausos no tardan en aparecer cuando la función acaba. La élite de Concepción, sin duda alguna, queda satisfecha. Yo me quedo unos minutos tendida sobre la butaca, como una actriz de cine en sus últimos años de carrera, hasta que retumba en las paredes mi nombre. Qué pasa, le pregunto a Isabel, mi mamá. Te quiero presentar a mi jefa, responde. 

En la entrada principal del teatro, Isabel intenta acceder a la médula de esa aglomeración, pero no lo consigue. Entonces, arrugo la frente para contener las lágrimas. Los esfuerzos de mi mamá por obtener la aprobación de su jefa me recuerdan a ese juego apodado "El tontito". Yo nunca agarré la pelota, por cierto. Tampoco mi mamá esa tarde. 


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